La docencia es un camino muy largo que no tiene un itinerario específico a seguir, nadie te enseña a ser maestro. Uno se hace a sí mismo a través de las propias experiencias mediante el ensayo- error.Todo es mejorable, aunque uno vaya teniendo buenos resultados, debemos estar abiertos a la innovación, ir incorporando nuevas estrategias que favorezcan la enseñanza- aprendizaje y no anclarse en patrones repetitivos.
En los intereses de los niños debemos buscar elementos didácticos, y aprovecharlos como una herramienta para satisfacer las inquietudes que nos demandan.
La aventura de ser maestro conlleva muchos peligros. Por un lado, podemos sentirnos amilanados al llegar a un aula y encontrarnos con la realidad (a veces no se acierta con las herramientas para enfrentarte a dicha realidad y la situación acaba superándote, llegando a pensar que lo que has aprendido no te sirve de nada) y por otro, nos asusta caer en lo estándar. Es decir, alejarnos de los intereses de los niños, no interactuar con ellos, etc.
Tenemos el propósito de no tender a una progresión acelerada, hay que enseñar sin freno sin que el niño siga el ritmo.
Ojalá siempre seamos capaces de pararnos a escuchar a cada uno de nuestros niños, atendiendo a sus preocupaciones, sus miedos, sus preferencias, etc. Pero aunque pretendamos utilizar todos nuestros recursos personales lo que verdaderamente nos preocupa es no saber encontrar el camino adecuado para llegar a cada niño, no ser capaces de identificar sus intereses, sus problemas...
Intentamos absorber todo cuanto nos están transmitiendo durante nuestra formación, para forjar los pilares sobre los que se asentará nuestra docencia, pero con la inquietud de contrastar tales transmisiones, ya que no existe una verdad absoluta.
En síntesis, lo que más me gustaría es ser recordada por nuestros niños, como la mano que se tiende a aquél, que tiene que cruzar un puente y necesita ayuda para salvar el obstáculo.
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